viernes, 21 de octubre de 2011

El músico poeta

También entre los músicos hay poetas. De hecho, la música es poesía sin letras. Un músico-poeta excepcional de México, sin duda alguna, lo fue Agustín Lara, el cual nos dejó un tesoros de melodías que se siguen escuchando por doquier varias décadas después de su muerte.

El día de muertos es una tradición que nos han heredado los antiguos mexicanos, y es eminentemente mexicana. Es extraña y muy característica, la idea, todavía arraigada entre una gran mayoría de mexicanos, de que en el más allá se dá licencia a los difuntos para visitar a sus parientes que se han quedado en la tierra, recibiendo al alma del difunto como un huésped ilustre a quien se ha de festejar y agasajar en la forma más atenta. Dentro de las costumbres Aztecas, al fallecer una persona, le doblaban las piernas en actitud de sentado, afirmaban brazos y piernas atándolos firmemente, en un lienzo acabado de tejer ponían el cuerpo al cual le ponían en la boca una bella pieza de jade que era el símbolo de su corazón, y tendría que darlo a los dioses en su camino a Mictlán, la residencia de los muertos, enseguida cosían el lienzo con el cadáver dentro y ataban encima un petate. En una gran plaza alejada de propósito, preparaban una pira funeraria y situaban encima el cadáver rodeado de las cosas que poseyera en vida: su escudo, espada, etc. La viuda, la hermana o la madre preparaba tortillas, frijoles y bebidas. Un sacerdote debía comprobar que no le faltara nada y al fin prendían fuego y mientras las llamas ardían, los familiares sentados aguardaban el fin, llorando y entonando tristes canciones. Las cenizas eran puestas en una urna junto con el jade. Los Aztecas creían ser inmortales y la muerte no era más que una forma nueva de vida, esta creencia en la inmortalidad no es algo que trajeran los misioneros franciscanos que evangelizaron a México, ya la tenían los pueblos indígenas en sus tradiciones.

Al aproximarse la festividad del Día de los Muertos en México, tradición ancestral con profundas raíces indígenas, hay una isla en el lago de Pátzcuaro, ubicado en el Estado de Michoacán, la más importante de las cinco islas del lago de Pátzcuaro:




en donde la celebración del Día de los Muertos adquiere una relevancia especial, única en el mundo. En lo alto de la isla, observable desde lo lejos, existe un monumento del héroe nacional de la revolución de independencia (con su brazo derecho alzado y su puño cerrado), José María Morelos y Pavón. Este monumento contiene en su interior una colección de pinturas que describen la biografía del héroe mexicano. Existe un mirador en la estructura en el puño del monumento donde se pueden admirar todos los alrededores de la isla así como gran proporción del lago de Pátzcuaro, pudiéndose apreciar también a los pescadores que obtienen su diario sustento de dicho lago:




Es el 1 de noviembre de cada año cuando tiene lugar en la isla una ceremonia muy querida para sus habitantes. Durante la noche es costumbre llevar las ofrendas a los muertos, y se hace una procesión iluminada con cirios y animada con cánticos religiosos. Toda la isla resplandece con luces y antorchas:




Es precisamente esta hermosa isla, única en su género alrededor del mundo por sus tradiciones y costumbres, la que sirvió como fuente de inspiració para una de las más imperecederas melodías escritas por Agustín Lara, la cual lleva por título precisamente el nombre de dicha isla:


Janitzio
Música y letra: Agustín Lara

Son las redes de plata
un encaje tan sutil
mariposas que duermen
en la noche de zafir.

Como brilla la luna
sobre el lago de cristal
brillan tus ojos
cuando acaban de llorar.

Noches de serenata, de plata y organdí
quejas para la ingrata que por traidor perdí
plenilunio de gloria historia que se va
ilusión que se pierde y que nunca volverá.

Si me mata tu ausencia si me ahoga la inquietud
si no tienes clemencia para esta esclavitud
que las aguas se lleven mi llanto y mi dolor
que recoja Janitzio el perfume de mi amor
que recoja Janitzio el perfume de mi amor.

Noches de serenata de plata y organdí
quejas para la ingrata que por traidor perdí
plenilunio de gloria historia que se va
ilusión que se pierde y que nunca volverá
       
Si me mata tu ausencia si me ahoga la inquietud
si no tienes clemencia para esta esclavitud
que las aguas se lleven mi llanto y mi dolor
que recoja Janitzio el perfume de mi amor
que recoja Janitzio el perfume de mi amor.

La música que acompaña los versos del músico poeta Agustín Lara, con cambios mínimos en la letra, se puede escuchar en el siguiente enlace de la pagina titulada Alma de México:


Se puede escuchar también en YouTube una interpretación magistral dada por la cantante María de Lourdes en el siguiente enlace:

jueves, 14 de julio de 2011

Cultivo una rosa blanca



Uno de los poemas más breves en la literatura castellana pero que pese a lo breve del mismo (o tal vez por ello) es uno de los más difundidos y conocidos es el que compuso el cubano José Martí. La primera parte del poema contiene un trasfondo importante que algunas veces es explicado en los salones de clase de literatura pero que en muchas otras ocasiones es omitido. Se trata de la parte que dice “cultivo una rosa blanca, en junio como en enero”. Como es bien sabido, las rosas florecen ampliamente ya entrada la primavera y continúan floreciendo en grande en verano, la época que incluye al mes de junio. Pero no florecen en pleno invierno, o sea en el mes de enero. Esto en cierta forma es reminiscente del milagro de las rosas con el que se conmemora en México la aparición de la Virgen de Guadalupe por el hecho de que las rosas de Castilla que Juan Diego le llevó al obispo ni eran nativas de México ni eran flores que pudieran darse en el territorio árido del cual se presume que fueron tomadas. Al decir “cultivo una rosa blanca, en junio como en enero”, el poeta está dando a entender que extiende su amistad sin distingos aún bajo condiciones que se antojarían inalcanzables.

Bien, basta de comentarios. Ahora el breve y famoso poema.


Cultivo una rosa blanca

Cultivo una rosa blanca
en junio como en enero
para el amigo sincero
que me da su mano franca.

Y para el cruel que me arranca
el corazón con que vivo,
cardo ni ortiga cultivo;
cultivo la rosa blanca.

jueves, 5 de mayo de 2011

García Lorca: sus dos poemas más conocidos

Uno de los máximos exponentes de la Generación del 27, sin lugar a dudas, lo es Federico García Lorca. Y sus dos poemas más conocidos son los que serán reproducidos a continuación.




Romance sonámbulo

Verde que te quiero verde. 
Verde viento. Verdes ramas. 
El barco sobre la mar 
y el caballo en la montaña. 
Con la sombra en la cintura 
ella sueña en su baranda, 
verde carne, pelo verde, 
con ojos de fría plata. 
Verde que te quiero verde. 
Bajo la luna gitana, 
las cosas le están mirando 
y ella no puede mirarlas. 

Verde que te quiero verde. 
Grandes estrellas de escarcha, 
vienen con el pez de sombra 
que abre el camino del alba. 
La higuera frota su viento 
con la lija de sus ramas, 
y el monte, gato garduño, 
eriza sus pitas agrias. 
¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde...? 
Ella sigue en su baranda, 
verde carne, pelo verde, 
soñando en la mar amarga. 

Compadre, quiero cambiar 
mi caballo por su casa, 
mi montura por su espejo, 
mi cuchillo por su manta. 
Compadre, vengo sangrando, 
desde los montes de Cabra. 
Si yo pudiera, mocito, 
ese trato se cerraba. 
Pero yo ya no soy yo, 
ni mi casa es ya mi casa. 
Compadre, quiero morir 
decentemente en mi cama. 
De acero, si puede ser, 
con las sábanas de holanda. 
¿No ves la herida que tengo 
desde el pecho a la garganta? 
Trescientas rosas morenas 
lleva tu pechera blanca. 
Tu sangre rezuma y huele 
alrededor de tu faja. 
Pero yo ya no soy yo, 
ni mi casa es ya mi casa. 
Dejadme subir al menos 
hasta las altas barandas, 
dejadme subir, dejadme, 
hasta las verdes barandas. 
Barandales de la luna 
por donde retumba el agua. 

Ya suben los dos compadres 
hacia las altas barandas. 
Dejando un rastro de sangre. 
Dejando un rastro de lágrimas. 
Temblaban en los tejados 
farolillos de hojalata. 
Mil panderos de cristal, 
herían la madrugada. 

Verde que te quiero verde, 
verde viento, verdes ramas. 
Los dos compadres subieron. 
El largo viento, dejaba 
en la boca un raro gusto 
de hiel, de menta y de albahaca. 
¡Compadre! ¿Dónde está, dime? 
¿Dónde está mi niña amarga? 
¡Cuántas veces te esperó! 
¡Cuántas veces te esperara, 
cara fresca, negro pelo, 
en esta verde baranda! 

Sobre el rostro del aljibe 
se mecía la gitana. 
Verde carne, pelo verde, 
con ojos de fría plata. 
Un carámbano de luna 
la sostiene sobre el agua. 
La noche su puso íntima 
como una pequeña plaza. 
Guardias civiles borrachos, 
en la puerta golpeaban. 
Verde que te quiero verde. 
Verde viento. Verdes ramas. 
El barco sobre la mar. 
Y el caballo en la montaña.






La casada infiel

Y que yo me la llevé al río 
creyendo que era mozuela, 
pero tenía marido. 

Fue la noche de Santiago 
y casi por compromiso. 
Se apagaron los faroles 
y se encendieron los grillos. 
En las últimas esquinas 
toqué sus pechos dormidos, 
y se me abrieron de pronto 
como ramos de jacintos. 
El almidón de su enagua 
me sonaba en el oído, 
como una pieza de seda 
rasgada por diez cuchillos. 
Sin luz de plata en sus copas 
los árboles han crecido, 
y un horizonte de perros 
ladra muy lejos del río. 


Pasadas las zarzamoras, 
los juncos y los espinos, 
bajo su mata de pelo 
hice un hoyo sobre el limo. 
Yo me quité la corbata. 
Ella se quitó el vestido. 
Yo el cinturón con revólver. 
Ella sus cuatro corpiños. 
Ni nardos ni caracolas 
tienen el cutis tan fino, 
ni los cristales con luna 
relumbran con ese brillo. 
Sus muslos se me escapaban 
como peces sorprendidos, 
la mitad llenos de lumbre, 
la mitad llenos de frío. 
Aquella noche corrí 
el mejor de los caminos, 
montado en potra de nácar 
sin bridas y sin estribos. 
No quiero decir, por hombre, 
las cosas que ella me dijo. 
La luz del entendimiento 
me hace ser muy comedido. 
Sucia de besos y arena 
yo me la llevé del río. 
Con el aire se batían 
las espadas de los lirios. 

Me porté como quien soy. 
Como un gitano legítimo. 
Le regalé un costurero 
grande de raso pajizo, 
y no quise enamorarme 
porque teniendo marido 
me dijo que era mozuela 
cuando la llevaba al río.